Un equipo internacional de investigadores han demostrado que debajo de cada bosque hay una compleja red subterránea de raíces, hongos y bacterias que ayudan a conectar árboles y plantas entre sí.
Esta red social subterránea, de casi 500 millones de años de antigüedad, se conoce como la «red de madera». Es un mundo oculto que existe debajo del suelo y ahora, por primera vez, un importante estudio internacional realizado con millones de árboles ha logrado mapear esta red subterránea.
Las raíces de los árboles y otras plantas están unidas por una red de hongos y trabajan juntas para ayudar a alimentarse y protegerse mutuamente.
Cada especie de árbol fue asociada con ciertos tipos de microbios. Por ejemplo, las raíces de los árboles de pino están rodeadas de hongos ectomicorrizales (EM) y utilizan su vasta red subterránea para buscar nutrientes. Mientras que los árboles de la familia de las leguminosas requieren bacterias capaces de «fijarse» con nitrógeno, convirtiendo el nitrógeno de la atmósfera en alimento para plantas.
Según los autores, la «red de madera» depende en gran medida del entorno local: temperatura, precipitación, química del suelo y topografía.
En los climas más fríos y en los bosques boreales, los hongos EM son más frecuentes: aproximadamente cuatro de cada cinco árboles se asociaron con el hongo. Mientras que en los trópicos, las micorrizas arbusculares (AM) son comunes y las redes que forman son mucho más pequeñas. Y las bacterias fijadoras de nitrógeno dominan las regiones cálidas y áridas como el suroeste de los Estados Unidos.
En la actualidad, alrededor del 60 por ciento de los árboles están conectados a hongos EM, pero a medida que aumenta la temperatura, estos hongos, y sus especies de árboles asociadas, disminuirán y serán reemplazados por hongos de AM.
«Los tipos de hongos que soportan grandes reservas de carbono en el suelo se están perdiendo y están siendo reemplazados por los que expulsan carbono a la atmósfera», dice el profesor Thomas Crowther, ecólogo de ETH Zurich quien hizo el mapa de la red con su equipo.
El Dr. Crowther, dijo a la BBC: «Hemos dependido de los satélites durante mucho tiempo para comprender los ecosistemas, pero ahora estamos empezando a caracterizar estos ecosistemas increíblemente importantes por primera vez».
La investigación
Los investigadores del Laboratorio Crowther en ETH Zurich, Suiza y la Universidad de Stanford en los Estados Unidos utilizaron la base de datos de la Global Forest Initiative, que cubre 1,2 millones de parcelas forestales con 28,000 especies, de más de 70 países.
Usando millones de observaciones directas de árboles y sus asociaciones simbióticas en el suelo, los investigadores pudieron construir modelos desde abajo para visualizar estas redes de hongos por primera vez.
«Al igual que una resonancia magnética del cerebro nos ayuda a entender cómo funciona el cerebro, este mapa global de los hongos debajo del suelo nos ayuda a comprender cómo funcionan los ecosistemas globales», dijo Crowther.
«Lo que encontramos es que ciertos tipos de microorganismos viven en ciertas partes del mundo y al comprenderlo podemos descubrir cómo restaurar diferentes tipos de ecosistemas y también cómo está cambiando el clima».
Vital para limitar el cambio climático
La investigación reveló cuán importantes son las redes de micorrizas para limitar el cambio climático y cuán vulnerables son a los efectos de este. El ecologista Martin Bidartondo dice que si se rompe la red, es una mala noticia no solo para los árboles sino también para el planeta.
Según el estudio, los hongos de AM aceleran el reciclaje de carbono hacia la atmósfera, mientras que los hongos EM ayudan a eliminar el gas de efecto invernadero y lo mantienen encerrado en el suelo. El problema es que los hongos EM están en mayor riesgo por el cambio climático, por lo que podríamos ver disminuciones significativas en el futuro, lo que podría aumentar el «circuito de retroalimentación del calentamiento de la temperatura y las emisiones de carbono».
«Si creamos condiciones mediante el cambio de los tipos de hongos que interactúan con las plantas en el suelo, entonces esos suelos comienzan a dejar de acumular carbono o comienzan a liberarlo, la velocidad a la que estamos viendo el cambio se acelerará aún más», señalaron los especialistas.
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Los detalles aparecen en la revista Nature.